Por: Santiago Manco Velásquez
El día 30 de enero del año 2023 realizamos una caminata, ardua y extensa, hacia el cerro Monte Blanco: las aves y sus cantos, las orquídeas casi imperceptibles, el cucarrón que se mimetiza pareciendo una caca de pájaro, la idea vaga, pero pertinente, de divulgar información de una mosca que solo existe en Los Farallones del Citará (Ciudad Bolívar, Andes y Betania) y las constantes reflexiones durante la subida; esto, y otras deliberaciones que se expondrán a continuación, hicieron parte de la travesía osada y gratificante que empezamos a las 7:15 a.m.
Contenido
Entre el cansancio y la contemplación
Al estilo de los naturalistas europeos Humboldt y Bonpland, un dominicano y cuatro colombianos nos adentramos en Monte Blanco con el único objetivo de dejarnos sorprender por el aura misteriosa que emanan las montañas de Farallón; y como sabíamos que la excursión sería demandante a nivel físico, empacamos en nuestros bolsos lo único indispensable: la curiosidad.
Una vez preparada la curiosidad, solo nos quedaba estar atentos. Que una orquídea diminuta de 4 colas por acá, que un cucarrón que parecía defecado por un pájaro por aquí, que un ave en la que parecía brillar una piedra preciosa en su cuello por allá… fue ese el ritmo de subida. Pero ojo: todo esto pudo pasar inadvertido, ya que el monte se comporta como una novela, una canción o un poema, los cuales deben ser analizados desde la contemplación absoluta, no del cuerpo, sino del alma. Pues como diría el autor de El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
Sin embargo, no todo en la subida fue grato, porque para continuar ascendiendo sí necesitábamos del cuerpo y este nos jugaba malas pasadas con el cansancio. El más afectado, claramente, fue el dominicano, (imagínese, lector, pasar de 0 a 2930 metros sobre el nivel del mar). Pollo, el dominicano, durante toda la subida se quejó de dolores: “Que no puedo levantar mucho el pie porque me duele la entrepierna”; “Que no puedo pisar muy duro, ya que me duele la rodilla”, (en su acento, claramente).
El consenso fue sencillo y claro: “Muy flojo el dominicano”. Pero como no queríamos hacer más tediosa la subida, parábamos constantemente a conversar y a comer o beber; y en esas paradas, aprovechábamos los conocimientos en biología del joven Sebastián Berrío, el cual aclaró casi todas nuestras dudas con palabras sencillas. Al final de una de esas conversaciones, Sebastián me lanzó una propuesta que no desaproveché.
Vita contemplativa y Vita activa
Se preguntarán ustedes: ¿qué diablos es la Vita activa y la Vita contemplativa? ¿Qué tienen que ver con una caminata a Monte Blanco? Mucho. Porque no solo se puede contemplar saliendo de casa, yendo a algún lugar; también es posible contemplar adentrándose, haciendo uso de la introspección o leyendo.
La Vita contemplativa presupone que existe un valor intrínseco en cada uno de nosotros y que se puede llegar a él por medio de la reflexión. Y como la reflexión está íntimamente relacionada con la experiencia y los sentidos, conocer nuestro territorio se convierte en la forma por excelencia de reflexionar, irónicamente.
En cambio, la Vita activa se enfoca en la acción y la participación enérgica en la sociedad. ¿Y acaso no participamos en la sociedad descubriendo la biodiversidad que nos rodea para después divulgarla? Porque ¿de qué nos sirve tener conocimiento de la abundancia natural que tenemos si no hacemos nada por darla a conocer?
Por ende, la Vita activa se presenta a sí misma como un llamado a la acción, pero a la acción premeditada; como la caminata que hicimos hacia Monte Blanco, por ejemplo. Ya que en esta no solo íbamos a ejercitar nuestros músculos o a aprender de aves, insectos y orquídeas, sino también a descubrir en carne propia lo que muchas veces se ha dicho: la vida, pasajera e imperfecta, es quizás el único camino que tiene el “Ser” para descubrirse y descubrir.
En definitiva, las caminatas largas se convierten en una clara analogía de la vida: tanto el camino como la llegada se hacen relevantes. Es decir, la meta no se centra solo en llegar o caminar, sino que es ambas cosas. Pero ¿estaríamos nosotros dispuestos a sacrificar el padecimiento de la subida, solo por estar en la cima? O ¿sufriríamos ese trayecto si viéramos que la cima nunca se pudiera alcanzar?
En efecto, no pasaba por nuestras mentes desistir y disfrutábamos cada momento, fuera este de aprendizaje o de sufrimiento físico. Al contrario, lo único que pasó por nuestras mentes fue alcanzar la cima, los 2930 msnm; y esto ocurrió después de 6 horas de ascenso, a la 1:15 p.m.
¡Ah, por cierto, acaban de leer la propuesta que me hizo Sebastián Berrío: escribir este artículo!
Referencias
El material en el que descubrí algunos de los conceptos expuestos en este texto.
Ver Referencias[1] Buckler, S. (2011). Hannah Arendt and political theory: Challenging the tradition. Edinburgh University Press.
[2] Exupery, A. D. S. (1971). El principito. Harcourt Brace Jovanovich.
[3] Harari, Y. N. (2014). Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad. Debate.
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