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6 de febrero de 1972

Dramática odisea vivió fotógrafo de “El Tiempo”

Esta información fue hecha con base en el relato que el reportero gráfico Jorge Parga, enviado especial de EL TIEMPO, hizo en Bogotá al redactor Andrés Alzate.

Eran las 5 y 50 minutos de la mañana del jueves 3 de febrero de 1972, hace apenas tres días, cuando entre Félix Tisnés, reportero gráfico de varias revistas, y Jorge Parga, reportero gráfico de EL TIEMPO se lanzó al aire una moneda para definir cuál de los dos viajaría a bordo del helicóptero que emprendía le primer vuelo de rescate de las víctimas del FAC-661, estrellado en el cerro de San Nicolás.

El día anterior, un baquiano llegó con la noticia de que habían sido encontrados los cadáveres. Eso significaba que el viaje era importante, para la posteridad. Y las fotos también. Era una hazaña.

Una simple moneda definía, lanzada por Harvey Ocampo de EL TIEMPO y cuando cayó por el lado de la “cara”, Jorge Parga era el elegido. Lo que nunca sabrá es si la moneda tenía dos caras o Parga tuvo suerte.

Ese mismo jueves, a las 8 y 50 de la mañana, del helipuerto de Bolívar salió el aparato, en busca de aventura porque lo cerrado del mal tiempo evitaba que se viera parte de la montaña. El piloto era el teniente Henry Betancourt. Un experimentado piloto, oficial de la FAC, dispuesto a cumplir con el encargo de rescatar los cadáveres, que se encontraban perdidos.

El día anterior, miércoles, habían llegado a Ciudad Bolívar cerca de 30 periodistas. Todos querían ir al cerro, al sitio del accidente. Un baquiano, Hernando López, quien regresaba “con mucho miedo”, como él mismo dijo, fue el encargado de acabar con la avidez noticiosa de muchos de los periodistas.

Cercado por estos, les relató lo que había que caminar, subir cerca de 1.500 pies para llegar al sitio donde estaban los cadáveres. A medida que su relato salía, los periodistas, por ese proceso de auto decantación, se iban eliminando. Al final quedaban solo cinco. A las nueve de la noche solo dos: Tisnés y Jorge Parga. Se retiraron, por lo asombroso del relato, Vásquez, de “El Colombiano” y los representantes gráficos de “La Patria” y “Occidente”.

Así pasó la noche del miércoles, hasta la madrugada del jueves, cuando la moneda definió todo. Luego Parga, acompañado de Harvey Ocampo, salió para el helipuerto de Ciudad Bolívar a informar que era el “elegido”. Solo llevaba, además de sus cámaras, una Tisnés, para sacarle unas cuantas fotografías. Era el compromiso y se cumplía.

Primeros contratiempos

La suerte de Parga pareció que se estrellaba ese día contra todo. Así lo relata él:

“Llegamos al helipuerto y no había aparato para volar, pero sí muchos periodistas y curiosos que eran contenidos por la fuerza pública a unos 300 metros del helipuerto. Creí que había ganado para nada, pero a las ocho aterrizó uno de ellos, y cuando las aspas dejaron de moverse se bajó una persona, de unos 23 años, barbada, que hacía señas. Era el padre Saldarriaga, que había sido recogido en el primer vuelo del aparato en esa mañana”.

“Como la fuerza pública no nos dejaba arrimar, un sargento se acercó para ver qué era lo que el padre Saldarriaga quería mostrar, y dentro del aparato se vio un bulto envuelto en una bolsa de polietileno. Era el cadáver, los restos de monseñor Valencia Cano, que el padre había traído”.

“Hasta allí llegó la fuerza pública, porque los periodistas rompimos el cerco y nos fuimos contra el aparato para imprimir las placas que pudiéramos. Los demás parientes y familiares abrazaban al héroe, al padre Saldarriaga. Las fotos salieron para Medellín y Bogotá. Y yo me alisté para hacer parte del segundo vuelo de la mañana”.

Madre del piloto FAC mayor Lozano Delgadillo
La madre del piloto del avión FAC-661, mayor Lozano Delgadillo, llora desconsoladamente al arribo de los restos de las víctimas. Comisiones continúan con esta penosa labor y se espera terminarla en dos días más. (Foto EL TIEMPO, del enviado especial Jorge Parga).

“Luego del traslado del cadáver a Ciudad Bolívar, mi compañero Harvey Ocampo se dirigió al teniente Betancourt para informarle que el designado para viajar era Jorge E. Parga, de EL TIEMPO”.

– “¿Usted va a viajar así? ¿No sabe acaso para dónde va?”, me dijo el teniente, y le respondí: “Sé exactamente a lo que me expongo, y no puedo llevar nada que estorbe: es suficiente con las cámaras”.

La salida

“A las 8 y 50 salimos rumbo al sitio del siniestro, pero a los 10 minutos de vuelo nos dimos cuenta de que era imposible entrar; aterrizamos en la hacienda Santa Ana, de Farallones, donde quedaría a partir de ese momento la base de operaciones de rescate. De aquí sí veía el cerro, pero no se despejaba, lo que imposibilitaba el vuelo”.

A toda costa

“El teniente Henry Betancourt fue avisado por el capitán que tenía que llegar al cerro a toda costa, aunque fuera para dejarme en el “4” descansadero”, en donde tenía que dormir, porque no era posible mi regreso. El helicóptero inició la subida del cerro, dando vueltas permanentemente, hasta que se logró ver que era casi imposible llegar a la cima, por lo cual decidió dejarme en lo que se llamó el “cuarto descansadero”, de los “7” que se habían instalado”.

“Desde el aparato vimos que nos hacían señas para indicarnos que podíamos aterrizar, y luego de una hábil maniobra, el aparato cayó, guiado por los baquianos. La maniobra fue hábil, el aparato no podía parar motores, y allí se me dejó a unos 10.500 pies de altura, con las provisiones que habían llevado para ellos”.

“Allí me encontré con los baquianos Gregorio Álvarez, Gerardo Serna, Jorge Herrera Zuleta, Elpy Herrera, Rafael Zuleta y Carlos Lopera, a quienes les pregunté cómo habían hecho para bajar el cadáver de monseñor Valencia y me respondieron que por medio de bejucos”.

“Como consideré eso imposible, ellos me manifestaron que pronto podría verificarlo y así fue como intentamos una subida ese mismo jueves, que duró una hora, y otra de bajada, ante la imposibilidad de seguir ascendiendo y por la oscuridad, la niebla y el frío que caía sobre el cerro. En la hora de subida logramos divisar un pedazo de ala, que fotografié de una vez, y que correspondió al pedazo que más lejos cayó del sitio en donde se estrelló el Satena. Eso queda a una distancia de unos 1.500 pies”.

En una cueva

“La dormida era un problema grave. Solo había para pernoctar una cueva perpendicular, que da hacia el abismo, y en donde debíamos reposar los cinco. Para entrar en ella nos arrastramos por la tierra, por lo estrecha; los pies los cubrimos con sacos de fique y costales y nos arropamos con bolsas de polietileno. Nadie durmió ante la impresión de rodar hacia el abismo; fue una noche en vela, con temperaturas de cinco grados bajo cero y fuerte viento, que tronaba por todo el cañón. Era algo aterrador”.

“A esa simpática cuevita la llamé la “suite” presidencial del hotel Cerro San Nicolás. Lo duro era para poder voltearnos. Había que pedirle permiso al compañero de al lado y solicitarle un poco de movimiento para ello. Tampoco era posible estirarnos, porque o quedábamos uno encima del otro o alguien se salía al abismo. A mí como nuevo, me tocó en el medio de esa cuevita de dos por dos metros. Casi nada para cinco personas”.

“Yo tenía miedo porque estaba al frente de la boca que da al abismo en forma perpendicular, pero los compañeros me dejaron en esa posición para evitar que me saliera. Poco a poco la conversación fue declinando y al final, nadie hablaba. Sin embargo, creo que nadie durmió. A las 10 de la noche empezó a relampaguear y a caer rayos muy cerca, a tiempo que el aire silbaba por todo el cañón; aquí empecé a sentir miedo, pero no dije nada. Mis compañeros prendieron una linterna y me miraban para ver si estaba asustado”.

La lluvia

“Además, el granizo se dejó sentir y en la cueva entró agua por un hueco que se abrió. Un problema más porque a uno de los 5 le iba a tocar dormir en el chorro, ya no era posible taparlo a esa hora y con ese clima. A las 2 de la mañana la tempestad fue más fuerte y un ventarrón alzó con el polietileno que hacía de techo y quedamos a la intemperie. Poco a poco empezamos a salirnos de la cueva para evitar mojarnos, pero nada se pudo hacer. La lavada y el frío casi acaban con nosotros”.

“Uno de los compañeros estuvo a punto de tomarse un trago de alcohol para evitar el frío, pero no lo dejé ante el peligro de una intoxicación. Eso me lo reprochó, pero luego entró en razón. En medio del aguacero amanecimos”.

Casi que me fusilan mis compañeros, porque al lado mío, en medio de una bolsa de polietileno, había un gran charco de agua, que nos dio cerca de cinco olladas. Me impidieron moverme para evitar que se cayera el agua al abismo, porque la aprovecharon para el desayuno. Esa agua, para ellos milagrosa, les evitó tener que recogerla dentro de los cardos, a esa hora y en medio de tan baja temperatura”.

El duro ascenso

“La lluvia mojó nuestras provisiones de leña. No fue posible prender nada con 3 velas y una botella de alcohol. Así, en medio del hambre y el frío, empezamos la subida de los 1.500 pies hacia el sitio en donde estaba el resto de los cadáveres, y en medio del lodazal. Eran las seis de la mañana”.

“El penoso ascenso duró siete horas. Una vez que llegamos al sitio en donde habíamos visto la primera parte de un ala del avión el día anterior, nos dimos cuenta de que la cosas iba a ser muy dura. Pero no todo fue malo. Por el sitio en donde bajaron el cadáver de monseñor Valencia Cano, se formó una cascada, que tenía un aspecto mejor que la del Tequendama. Así estaban las cosas”.

Baquianos escalando una cascada en el cerro San Nicolás - 1972
Con lazos, agarrado a las ramas y pisando el lodazal formado por las aguas y la tierra, este baquiano intenta ascender por la fuerte pendiente del cerro de San Nicolás, ayudado por sus compañeros. La subida de siete horas fue el premio al esfuerzo de quienes confiaron en el rescate de las víctimas del FAC-661 de Satena

“La subida fue en medio de una pared casi lisa, agarrados por unos garfios hechos por los baquianos y ayudados por los cardos que hay en el terreno. Aquí me tocó encerrar las cámaras en polietileno, al empañarse los lentes. Dos veces sentí la muerte cerca. Una cuando casi me caigo arrastrado por los tenis que llevaba puestos al resbalarme en momentos en que cruzaba un paso agarrado por cuerdas. La segunda cuando el mareo me envolvió y cerré los ojos para no ver lo que tenía abajo. Era un precipicio de más de tres mil pies”.

“Pegados de espaldas a las rocas seguimos hasta que alcancé a divisar el ala del avión con el número 661 y el tren de aterrizaje pegado a ella. Cerca de 3 cadáveres que nunca serán rescatados, porque apenas se toque el ala se va hacia abajo con los cadáveres y todo. Las fotos de esa parte del aparato son las únicas que se han hecho del Satena por reportero gráfico alguno. Son exclusividad de EL TIEMPO”.

Baquianos agarrados de las manos, escalando rocas en el cerro San Nicolás - 1972
Los baquianos Gregorio Álvarez, Gerardo Serna, Jorge Herrera Zuleta, Ely Herrera y Carlos Lopera se agarran de las manos para atravesar uno de los más difíciles pasos en el ascenso al sitio del accidente, y en medio de una catarata artificial creada por las lluvias que han caído en la zona. (Foto EL TIEMPO, del enviado especial Jorge Parga).

“Luego de una subida penosa y de 7 horas llegamos al sitio del accidente. “Ahí tiene ese cuadro dantesco para que lo retrate y lo mire”, me dijeron los baquianos. Cada cinco segundos se tapaba y se despejaba el cerro. Era imposible a veces tomar fotografías. Alcancé a divisar cantidad de objetos personales: cepillos, carteras, maletines, documentos, etc., unos chamuscados, los otros no”.

Lo que quedó

Restos del DC-3 siniestrado en los Farallones del Citará - 1972
Esta foto es el mejor testimonio de cómo quedó el avión 661 de Satena. La parte trasera está pegada con ramas contra la pendiente del cerro, con tres cadáveres dentro, imposibles de rescatar, mientras el patín de cola está expuesto al aire, sin soporte y casi listo para caer al vacío de 12 mil pies. Es la única fotografía tomada a los restos de la nave. (Foto: Jorge Parga, para EL TIEMPO).

“Los cadáveres de tripulantes y pasajeros estaban destrozados. Solo alcancé a ver seis completos. Los demás repartidos en brazos, cabezas, piernas, diseminados por los alrededores. Una bota blanca de mujer se veía nuevecita y se podría decir que estaba desocupada, aun cuando había una pierna adentro”.

“Lloré como un niño, casi que no puedo tomar las fotografías. Es que lo vivido era realmente dantesco. Ver cómo quedan destrozados seres humanos, no es para cualquier persona. Si hubo sobrevivientes, como se ha afirmado, creo que la muerte debió llegarles como un alivio, porque no sé cómo habrían podido sobrevivir más de una semana en medio de ese clima y el sitio mismo del accidente. Las dos horas que demoré en ese sitio fueron más que suficientes para entender lo fuerte, lo grave de esa tragedia”.

“El regreso fue en medio de cables. Con nudos cada cincuenta centímetros y agarrados a unos ganchos, bajamos, acompañando restos de cadáveres, como cuando se baja en teleférico de Monserrate”.

La hora trágica

“Pero algo tendría yo que descubrir. Cuando iniciaba el descenso vi un reloj solo, que brillaba en medio de un abismo. Está destrozado este reloj. El baquiano que lo recogió lo mostró y creo que por primera vez es posible la hora exacta del accidente, o de un accidente de aviación. El diminuto reloj, automático, se había parado luego del choque. Marcaba en su calendario el día viernes 21 de enero. La hora era las 10 de la mañana, 25 minutos y 50 segundos. A esa hora un avión de Satena se estrelló, murieron 39 personas en un cerro del cual parecía que nunca iban a ser rescatados los cadáveres”.

“El descenso que inicié a las tres de la tarde terminó a las cinco de la mañana en Ciudad Bolívar. De allí a Medellín. Y luego a Bogotá. Solo quedó allá en el cerro un baquiano. Los demás se bajaron. Los cadáveres que faltan serán rescatados a medida que alguien intente llegar hasta ese peligroso sitio”.

Jorge Parga, fotógrafo de EL TIEMPO que estuvo en el cerro San Nicolás
Barbado, más flaco que de costumbre, con el rostro demacrado y las huellas del cansancio reflejado en su mirada, llegó a la redacción de EL TIEMPO ayer el reportero gráfico Jorge Parga, enviado especial de este diario, y el único periodista que ha logrado tomar de cerca los restos del avión de Satena y de lo que quedó de las víctimas. Parga estuvo a punto de caer a un precipicio de tres mil pies, durante su ascenso al cerro de San Nicolás. (Foto EL TIEMPO, de Carlos Caicedo).

El padre Saldarriaga regresó al cerro

CIUDAD BOLÍVAR, 5. – (Del enviado especial, Harvey Ocampo). – Al cerro de San Nicolás en los Farallones del Citará, regresó en un helicóptero de la FAC el sacerdote Ricardo Saldarriaga.

Saldarriaga manifestó a los periodistas y familiares que haría todo lo posible para evacuar todas las víctimas. El joven sacerdote, párroco del corregimiento de Farallones, fue el primero que llegó al sitio de la tragedia y rescató el cadáver de monseñor Gerardo Valencia Cano.

El párroco de Ciudad Bolívar, padre Correa, dirigió un mensaje de felicitación a Ricardo Saldarriaga. En uno de los apartes dice:

“Te felicito por tus hazañas de alpinista, lo cual hago extensivo a los demás integrantes de la expedición. El gobernador de Antioquia, juntamente con los comandantes de la cuarta brigada y de la policía, se hicieron presentes en Ciudad Bolívar y en Farallones, en donde dialogaron con tus emisarios. El gobernador prometió prestar amplia colaboración en el rescate de las víctimas para lo cual dio las correspondientes instrucciones”.

Saqueados los cadáveres

CIUDAD BOLÍVAR, febrero 5. (Del enviado especial, Harvey Ocampo). Lo más increíble del accidente del avión de Satena y pese a que se estrelló en un inaccesible lugar, fue que los cadáveres y restos del avión fueron saqueados. El fotógrafo de EL TIEMPO, Jorge Parga, pudo comprobar que en el sitio del accidente no se encontraba nada de valor. Inclusive, uno de los baquianos portaba 3 mil pesos en efectivo y señaló que se los había encontrado allí.

Piden dinero

Asimismo, se indicó oficialmente que se estaba exigiendo dinero para el rescate de los cadáveres, pero afortunadamente el padre Ricardo Saldarriaga llegó nuevamente al lugar del siniestro para impedir estas anomalías. El capitán Sierra, de los lanceros del ejército, dijo que tuvo que informar a los baquianos que deberían rescatar los cadáveres y que, si voluntariamente suministraban plata por el rescate, se les repartiría.

Esperanzas perdidas

“Ellos han perdido todas las esperanzas de que se les pague el rescate. El frío y el hambre los convencieron de que tenían que regresar. Acá solamente se encuentra un baquiano de 45 años”, dijo el oficial.

EL TIEMPO comprobó que, dentro de una lista de peticiones de alimentos, cables, drogas y otros elementos, estaba en primer orden la solicitud de dinero. El mensaje fue llevado por el piloto del helicóptero FAC 249, al mando del teniente Rincón, quien evacuó los cadáveres de Saúl Pinto y de los niños Zapata.

20 rescatados

CIUDAD BOLÍVAR, 5. (Por Harvey Ocampo, enviado especial). – Veinte cadáveres habían sido evacuados hasta hoy del cerro de San Nicolás, en donde el pasado viernes 21 se estrelló el avión FAC-661 de Satena.

Los cadáveres, que eran identificados en el hospital de esta localidad, fueron transportados en dos helicópteros de la Fuerza Aérea. La llegada de los restos mortales motivó, entre otros familiares, dolorosas escenas.

Hoy, exequias de Monseñor Valencia

Bomberos acompañan féretro de monseñor Gerardo Valencia Cano
BUENAVENTURA. – Un destacamento de bomberos monta guardia en torno al féretro con los restos de Monseñor Gerardo Valencia Cano, cuyo sepelio se realizará hoy al mediodía. (Foto EL TIEMPO, de Julián Quiñonez).

BUENAVENTURA, 5. (Por Hernán Caicedo C.). Buenaventura y todo el Litoral Pacífico darán mañana domingo su último adiós a Monseñor Gerardo Valencia Cano, en medio de impresionante ceremonial religioso -matizado con música folclórica-, en el que tomarán parte cerca de dos centenares de obispos, sacerdotes, monjas y seminaristas venidos desde todos los confines del país.

La sencillez, sin embargo, tal como lo hubiera querido el “Hermano Mayor”, será la nota predominante de los actos litúrgicos. Una compungida marejada humana había atiborrado desde hoy todos los alrededores de la Catedral de San Buenaventura, donde en uno de sus costados serán depositados, hacia la 1:10 minutos de la tarde, los restos de quien vivió solamente para reivindicar a esta abandonada región del país, y se constituyó en uno de los obispos líderes, por sus ideas de avanzada, en América Latina.

Hasta las 8 de la noche de hoy, por lo menos cien mil personas de todos los estratos sociales habían desfilado por la cámara ardiente en donde están expuestos los despojos del que fue vicario apostólico de Buenaventura durante 16 años, y quien pereció trágicamente hace 17 días, en plena selva, límites del Chocó y Antioquia, precisamente cerca de donde adelantó su extraordinaria tarea evangélica y de pastor de almas.

Las exequias se iniciarán a las 12 del día, y durante las mismas solo hablarán 3 personas: el presbítero Guillermo Vásquez -en representación del clero- quien fue el primer sacerdote que llegó al puerto al ser designado Valencia Cano como Vicario Apostólico; el exparlamentario Néstor Urbano Tenorio, por el municipio de Buenaventura, y Daniel Valois Arce, en representación del Litoral Pacífico.

El “Conjunto del Pacífico”, “Guadayira” y el combo “Vacana” – dirigidos por los conocidos músicos Enrique Urbano Tenorio y Alvario Cifuentes, acompañarán la misa concelebrada, con aires del Pacífico, que el propio monseñor Valencia Cano ayudó a componer. El féretro del “obispo rojo”, que permanecerá cuarenta horas en cámara ardiente, será depositado en una fosa, ubicada en el sector izquierdo del atrio central de la iglesia.

“Allí – según dijo un vocero de la curia-, ser puede seguir venerando a monseñor Valencia Cano, pues los feligreses expresan que ‘él no nos ha abandonado… y seguirá en nuestros corazones’”.

Unidades de la Base Naval, Policía, bomberos, agremiaciones cívicas (Cámara Júnior, Club de Leones, Club Rotario, Club Buenaventura) y de otras entidades, han prestado guardia, turnándose cada seis horas, al lado del catafalco.

Todo el pueblo de Buenaventura ha destacado, por otra parte, la gran tarea cumplida por una comisión de bomberos voluntarios de la ciudad, en número de 12, que al mando del teniente Roberto del Castillo, permaneció cerca de dos semanas en la zona donde se precipitó el avión de “Satena”, y que ayer regresó al puerto con los restos del obispo.

Parálisis

Buenaventura continuaba hoy semiparalizada, a pocas horas del sepelio de quien fuera su guía espiritual de siempre. En los muelles, la actividad portuaria se desarrollaba a medio ritmo. Centenares de braceros han acudido en masa hasta la catedral para rendir su postrer homenaje al “obispo obrero”.

El tránsito por la nueva vía Buga – Madroñal – Buenaventura era extraordinario. Una fila interminable de vehículos, de todas las características, seguía llegando a la ciudad, transportando religiosos y feligreses de toda Colombia, principalmente de Cali, Palmira, Tuluá, Buga, Sevilla, Cartago, Pereira, Manizales, Armenia, Medellín, Popayán, Pasto y Bogotá.

Mañana domingo, a primera hora, se espera el arribo del arzobispo de Cali, monseñor Alberto Uribe Urdaneta, así como el auxiliar Augusto Aristizábal, el párroco de la catedral de la capital del Valle, el rector del seminario, padre Fernando Torres Durán y cerca de medio centenar de religiosos. En Cali, así como en otras ciudades del país, se han estado celebrando misas concelebradas en honor del obispo desaparecido.

De otra parte, se esperaba la llegada del ministro del Trabajo y Seguridad Social, Crispín Villazón de Armas, quien fue comisionado por el presidente Pastrana Borrero, para que represente al gobierno central en los funerales.

El ministro de Obras Públicas, Argelino Durán Quintero, envió un mensaje para lamentar la muerte de monseñor Valencia Cano, y designó -en su calidad de presidente de la junta directiva de la Empresa Puertos de Colombia- al arquitecto Luis Eduardo Bergonzoli, gerente del terminal marítimo de Buenaventura, y a una comisión de trabajadores, para que representen a la empresa en la ceremonia.

Plazuela

El concejo por medio del acuerdo N° 29 del 3 de este mes, ordenó erigir una estatua al Obispo, que deberá ser inaugurada al cumplirse el primer aniversario de su muerte. La estatua estará ubicada en el sector occidental inmediato a la catedral de San Buenaventura, en una plazuela que se denominará “Valencia Cano”.

“Hasta luego Ruiz”

BUENAVENTURA, 5. (Por Jair Serna G.). “Hasta luego Ruiz, nos vemos allá”, fueron sus últimas palabras para mí; las escucho a cada paso”, nos contaba el padre Antonio Ruiz, su segundo de abordo, tratando de revivir aquella imagen del viernes 21 de enero, a las nueve de la mañana e el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín.

Los representantes eclesiásticos, quienes proyectaban viajar juntos a Cali para continuar hacia Buenaventura, decidieron separarse por cosas del destino, y el padre Ruiz voló a Cali, en tanto que el prelado lo hizo directo a Buenaventura, a donde llegó solo quince días después. Para una docena de sacerdotes del puerto, monseñor Valencia no ha muerto. Su imagen perdurará, como prevalecerá su obra.

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